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EL ÚLTIMO HABITANTE DE TIERMAS

 

En 1962, tras un largo proceso de expropiación, Tiermas quedó abandonado. Todas las familias se marcharon: unas a Zaragoza, otras a Pamplona, otras al recién fundado poblado de El Bayo… Todos intentaron encontrar un nuevo hogar que les permitiese seguir adelante con su vida. Sin embargo, dos de sus habitantes se resistieron a abandonar su hogar, y decidieron permanecer en el pueblo todo lo que pudiesen. Estaban resueltos a aguantar allí hasta que alguien les echase por la fuerza. Eran Honorio de Casa Juan de Juana  y Bartolo Torrea. Dos agricultores que había vivido toda la vida en Tiermas, y que estaban dispuestos a morir allí si era necesario.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Cuando todos se marcharon, Bartolo y Honorio se negaron a marchar. ¿Qué había en Zaragoza, o en El Bayo, o en Barcelona, o en Huesca, o en Pamplona que les pudiera interesar? Ellos tan solo conocían Tiermas, su hogar, y no querían dejarlo por nada del mundo. Así que allí se quedaron los dos, en el pueyo de Tiermas. Aunque el pueblo entrase poco a poco en la decadencia y los derrumbamientos se repitiesen cada vez más a menudo, ellos seguían en sus trece. Allí se dedicaron a lo que siempre había hecho: cultivar sus campos y cuidar sus tierras.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Allí, durante más de 30 años, Honorio y Bartolo vivieron, en completa soledad, y sin dirigirse la palabra el uno al otro. Treinta años de trabajo silencioso, esquivándose la palabra mutuamente cuando se cruzaban por las calles desiertas y tristes de Tiermas. 

 

Finalmente, Honorio enfermó y murió, quedando solo Bartolo, que vivió en completa soledad durante algunos años más, hasta que fue hallado muerto en 1992, cuando ya llevaba muerto un tiempo. Su entierro se celebró en Tiermas, gracias a algunos antiguos vecinos que quisieron rendir homenaje así al último habitante de Tiermas, que, junto con Honorio, se convirtió en una leyenda para los vecinos.

 

 

 

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