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LA LEYENDA DEL ABAD VIRILA

 

Que Tiermas está en un enclave mágico es algo que le queda claro a cualquiera que lo visita. Podríamos pasarnos horas mirando su paisaje, y asombrándonos con los rincones que el valle ofrece. Algo así le pasó, según cuenta la leyenda, al abad Virila.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Nacido en Tiermas en algún momento del siglo X, Virila pronto descubrió su vocación religiosa, ingresando en el vecino monasterio de Leyre. Allí profesó sus votos y vivió durante su vida.

 

Sin embargo, el monje era inquieto, y no dejaba de preguntarse cómo era posible que el cielo durase eternamente. Siglos y siglos sin fin de alabanza a Dios… En algún momento, el cansancio debía de llegar incluso hasta para el más santo de los bienaventurados.

 

Un día, hacía el abad su paseo matutino por el bosquecillo que rodeaba el monasterio, en la misma sierra que le fascinaba en su niñez en Tiermas, y sus pensamientos sobre la eternidad no dejaban de asolarle, cuando escuchó un pajarillo cantar a lo lejos. El abad se internó por el bosque, siguiendo el maravilloso canto, que parecía llamarle. Finalmente, descubrió el origen de tal cántico: un pequeño pajarillo, que cantaba sobre una fuente cristalina que brotaba de la roca. Un paisaje paradisíaco.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El monje quedó fascinado por su hallazgo, y permaneció largo tiempo embelesado, entre la belleza del paisaje y el trinar del pájaro, que parecía envolverle, hasta que, finalmente, cayó dormido.

 

Tras un rato, Virila despertó, y aún un poco adormilado, volvió al monasterio. Pero, de camino, le parecía que todo era distinto. Y cuando llegó a su abadía, la descubrió enormemente cambiada: el pequeño monasterio era ahora una hermosa y gigantesca iglesia. Incluso los monjes que vivían en Leyre eran de una orden distinta a la suya. Cuando los monjes le abrieron, Virila parecía un loco o un visionario: ¡afirmaba ser el abad de esa abadía! Los religiosos estudiaron los registros, y vieron que, siglos atrás, un tal abad Virila había salido del monasterio una mañana y nunca más había vuelto.

 

Todos se reunieron para celebrar el milagro, y entonces, Virila escuchó una voz que le decía “Mira, hijo, es infinitamente mejor ver a Dios cara a cara que recrearse con un avecilla y oír su canto”.

 

Aunque eso, claro, es lo que dice la leyenda…

 

 

 

 

 

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